Fragmento de la carta XXXIV, del viaje de la Marquesa Calderón de la Barca por tierra caliente

Por Miguel Ángel Alarcón Urbán 

 

A caballo bajo la luz de las estrellas.- Temor a los ladrones.- Flora silvestre del trópico.- Imponente Escolta.- Yautepec-Hacienda de Cocoyoc.-Incendio- Tres mil naranjas- Beneficios del Café.

El nueve de febrero nos despedimos de Atlacomulco y del hospitalario administrador, y sin la compañía de Don Pedro, que se vio obligado a salir para México, partimos. Como de costumbre, a la luz de las estrellas, y advertidos antes de los malos pasos del camino, donde sería prudente, dijeron, que, al menos las señoras, se apearan del caballo, La región es salvaje y bella, abrupta y pedregosa. Cuando amaneció, nos dispersamos y cada quien galopó en diferentes direcciones. Un aire suave venía cargado de aromas. Llegamos, entre tanto, a una linda vereda donde los de la escolta que iban adelante se detuvieron, los que venían atrás nos alcanzaron para pedirnos que nos mantuviéramos juntos. Pues por muchas leguas el país estaba infestado de ladrones. Se pasó revista a las fusiles y pistolas y proseguimos la marcha formando fila, esperando a cada momento oír silbar una bala sobre nuestras cabezas.

Vimos aquí las más bellas flores hasta ahora vistas: púrpura, blanca y de color rosa, una de ellas, probablemente la flor llamada oceloxochitl, o cabeza de víbora; otras de fulgurante escarlata: éstas, rojas de rayas blancas y amarillas, con nombre indio que quiere decir flor de tigre: las hay con botones de color de rosa y otras del más purísimo blanco.

Salimos al fin a un camino en la montaña, quizá uno de los peores de los que hayamos pasado hasta ahora. Nuestra caravana de caballos y mulas y los hombres con sus trajes mexicanos, se veía muy pintoresca serpenteando por las cuestas y pendientes que bordean los precipicios. Y de nuevo, olvidándonos de los ladrones, cada quien vagó al impulso de su fantasía; unos acelerando el paso de sus caballos y otros quedándose atrás, cortando ramas llenas de estas bellísimas flores silvestres. Las cabezas de los caballos se cubrieron de flores de todos los colores, como adornadas víctimas destinadas al sacrificio. Calderón se entregó a sus ficciones botánicas y geológicas, en detrimento, por esta vez de sus compañeros, ansiosos de llegar a algún sitio en donde poder destacar antes de que el sol se hiciera insoportable. En cuanto a los ladrones, estos caballeros de ojo siempre avizor, y los cuales rara vez arriesgan sus preciosas personas sin suficientes motivos, y que, además, posen algún poder mágico que les permite ver a través de las paredes y de los portmanteaux, debían estar enterados, sin duda de que el contenido de nuestro equipaje no podía enriquecer el suyo ni el guardarropa de sus señoras y supusieron que las gentes que viajaban por placer no son las que suelen llevar grandes y excesivas cantidades de dinero. Fuera de eso, temen mucho más a estos honrados, robustos y bien armados sirvientes de las haciendas, hombres de buena cepa, que a los mismos soldados.

Llegamos a eso de las seis al pueblo de Yautepec, notable por su bella y antigua iglesia y sus arrogantes árboles, especialmente el magnífico fresno cuyas ramas se extienden esplendorosas en el trío de la iglesia. Había también muchos de esos bellos árboles de corteza plateada que se ven siempre como si reflejaran la luz de la luna. El camino empezó a mejorar, pero a eso de las nueve, cuando la mañana se hizo intolerable por la furia del sol,
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arribamos a un bonito pueblo que tiene una iglesia grande y una venta, en la cual nos detuvimos para refrescar, y el agua, que bebimos se acompañó de unos pequeños pasteles recién salidos del horno. Era tan lindo el pueblo, que nos dieron ganas de quedarnos ahí hasta la tarde; pero como Don Juan nos aseguró que una hora de galope nos llevaría a Cocoyoc, la hacienda de Don Juan Goríbar, decidimos seguir adelante. Fue la caminata muy molesta bajo un sol que quemaba, hasta un hermoso pueblo indio que pertenece a la finca, y poco después entrábamos al patio de la gran Hacienda de Cocoyoc, donde el propietario y su familia nos dieron la más hospitalaria bienvenida.

Estábamos rendidos a causa del fuerte calor, y blancos de polvo cambiarnos de vestido, agua fría, una hora de descanso y un espléndido desayuno nos produjeron un efecto maravilloso. Al rato de haber llegado empezó a quemarse la bodega del azúcar, mejor dicho, del bagazo de la caña, y la campana de la hacienda fue echada al vuelo llamando a los trabajadores para que acudiesen a sofocar la quema, lo cual tomó algún tiempo, yo como la bodega está tan cerca de la casa, la familia se llevó un buen susto. Vimos el incendio asomados a un balcón desde donde se domina una hermosa vista del Popocatépetl. Tras de porfiada lucha entre el fuego y el agua, el agua gano la partida.

En la tarde fuimos al naranjal, en donde tres mil árboles soberbios, formando avenidas, se doblan literalmente bajo el peso de sus frutos dorados y de los azahares, blancos como la nieve. Nunca había yo contemplado una vista tan hermosa. Cada árbol es perfecto, y tan arrogante como el árbol del bosque. Bajo la anchurosa sombra, la tierra está cubierta de miles de naranjas, caídas al madurar, y de blancas y fragantes flores. El sitio es muy ameno, y le atraviesan por todas partes arroyos de agua purísima.
Comimos, desvergonzadamente, cantidad de naranjas, limas y guayabas y toda clase de frutas, y hasta probamos los dulces capullos de la planta del café.

Pasamos la mañana siguiente visitando los molinos de café, la gran fábrica de aguardiente, el ingenio, etc; todo lo cual es de primer orden, y volvimos a pasear bajo los bosquecillos de naranjos, admirando las raras y hermosas flores y deambulando por los huertos de árboles cargados de frutas: la calabaza, la papaya, el tamarindo, el limón; el mamey, chirimoyas, anonas y toda la familia de los zapotes. El blanco, el negro, el amarillo y el chico; chilacayotes, cocos, cacahuates, aguacates, etc. Una lista que no tiene fin. Aparte de una infinidad de árboles cubiertos con los más brillantes botones; con grandes flores escarlatas de esplendente colorido, y otros cuyos botones se parecen tanto a borlas de seda roja, que si ellas colgasen de los cojines de un sofá no podríais descubrir que son flores. ¡Cómo se prodiga la Naturaleza en estas tierras! ¡Con qué mano generosa distribuye los dones de la belleza y de la opulencia entre sus creaciones del trópico!.

 

  • Datos biográficos: Valentín López González.
    VIAJE DE LA MARQUESA CALDERÓN DE LA BARCA POR TIERRA. CALIENTE, 1841.
    FUENTES DOCUMENTALES DEL ESTADO DE MORELOS.

 

 

Acerca del autor

Abogado originario de Yautepec, apasionado de la historia.

Por Génesis

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