La Brújula
Por Roy Moreno
Hace unos meses nos tocó acompañar a un grupo de personas que habían sido víctimas de un accidente provocado por falta de mantenimiento a un servicio público, que a la vez fue concesionado por compadrazgo entre la persona que representaba a la Autoridad encargada del servicio y otra dueña de la Empresa que se benefició. Fuimos testigos de cómo la Empresa y la Autoridad, buscando no hacerse responsable de lo que su ambición desmedida había causado, corrompieron todo a su paso para tapar el problema y apaciguar a las víctimas. Presenciamos como en cuanto la comunidad empezó a involucrar personas que defienden los Derechos Humanos y no les tenían miedo a esos corruptos, las victimas pudieron acceder a mejor información y defensa de sus derechos. Esa intervención hizo la diferencia, particularmente a una de las víctimas del accidente cuya vida cambió agresivamente y, obligada a enfrentarla a partir de ahora en condiciones disminuidas, un abogado de derechos humanos logró una retribución justa, no para recuperar su situación original, sino para enfrentar las nuevas con mejores herramientas.
Casos como este podemos encontrar en todos los rincones del Estado. Pero lo grave de las violaciones a los Derechos Humanos más básicos a que nos enfrentamos, cada día más normalizado, es que en la mayoría de los casos una vez violado el derecho cambia la vida de los afectados para siempre. Una reparación completa es imposible, y la justicia se tiene que conformar con atenuar las consecuencias de la violación.
Lo primero que hay que hacer para evitar sigan sucediendo es destaparlos, para que todo mundo se entere y puedan resolverse con menos asimetrías entre las víctimas y los poderosos. Desgraciadamente, los malosos se han encargado de hacer eso una actividad de alto riesgo. En Morelos, en lo que va del sexenio, como lo expone Ofelia Espinoza en su nota de El Sol de Cuautla ayer lunes, van 18 homicidios entre activistas y políticos que no se han resuelto. Activistas de Derechos Humanos, Medio Ambiente y Comunidades, que al alzar la voz buscando destapar la podredumbre que permea en asuntos que afectan la vida de los que menos tienen, perdieron la suya sin consecuencia para los perpetradores del crimen.
Morelos no es tierra fácil para ser Activista. Es más fácil matar al que levanta la voz y al que le da espacio, que hacer las cosas bien. Las victimas a gran escala de esta situación, en primer plano, parecen ser los vecinos de la termoeléctrica, los que no tienen agua en las colonias populares, los pequeños o medianos empresarios que se rehúsan a pagar piso o los que tuvieron la desdicha de ir en ese transporte público cuando los frenos dejaron de funcionar. Pero en segundo plano, la realidad es que las victimas somos todos los que aquí vivimos y que nuestra salud se deteriora por las condiciones ambientales, nuestras empresas no prosperan por las pocas condiciones económicas y no podemos salir a la calle porque falta de seguridad.
¿Cómo retomar el control de lo que pasa en nuestro territorio? Esa es la pregunta del millón, que, si bien no tiene solución fácil, empieza por buscar los puntos en común de quienes vivimos aquí, buscando hacer comunidad. La Ciudad de Roma nació cuando las familias que habitaban ese territorio se dieron cuenta que habían de ponerse de acuerdo y escoger al indicado para encargarse de estos problemas. Es hora de que nosotros hagamos lo mismo y no dejemos nos lo impongan desde Palacio Nacional. Ahora que empiezan extraoficialmente los procesos electorales para el 2024, no vayamos con la elección obvia que nos bombardean en espectaculares falsos y notas periodísticas pagadas que hablan de gestiones mal informadas.
Pensemos con nuestros vecinos, familiares, amigos y colaboradores en los nombres que pueden y quieren hacer algo al respecto.
El autor del Artículo de Opinión es abogado y Asociado Director de Desarrollando Morelos.