Por Génesis Comunicación
El xoloitzcuintle, perro endémico de México, desempeñaba una labor simbólica en el camino hacia la eternidad de acuerdo con la cosmovisión prehispánica.
El acompañante al Mictlán
El milenario perro xoloitzcuintle, también conocido como “perro azteca”, era uno de los animales más respetados en el México prehispánico, debido a que era quien acompañaba a sus amos en el transitar de la vida a la muerte, en el último y largo camino hacia el Mictlán, el lugar donde se encuentra Mictlantecuhtli y Mictlancihuatl, el señor y la señora de los descarnados.
El Mictlán es el nivel inferior de la tierra de los muertos, al cual se llegaba después de un largo camino que tenían que cruzar todos sin distinción de creencias o clases sociales. Se describe
En este proceso el perro xoloitzcuintle jugaba un papel muy importante, ya que él acompañaría al difunto en este viaje y hasta la eternidad; por eso en algunos casos incluso se les enterraba junto a sus amos como parte de la ofrenda funeraria para los dioses, lo que los convertía en perros sagrados.
Xoloitzcuintle, la encarnación de un Dios
Para entender la importancia de este perro en el México prehispánico es necesario entender el nombre que los antiguos mexicas le designaron: Xoloitzcuintle, viene de la raíz náhuatl “xólotl”, traducido como extraño, deforme, bufón, servidor o esclavo y de la palabra “itzcuintli” que significa perro.
En la cosmovisión mexica, Xólotl es el dios con cabeza de perro que se encargaba de cuidar a los muertos en su camino al inframundo. Era también el dios de la transformación, de lo doble, de la oscuridad, de lo desconocido, el ocaso y la muerte; poseía el don del nahualismo por lo que se convertía en xoloitzcuintle y se cree que fue él quien entregó este perro a los hombres
Era considerado el hermano gemelo del dios Quetzalcóatl (serpiente emplumada) quien en su contraparte representaba la luz y el conocimiento. Ambos dioses eran asociados con el planeta Venus (tlahuizcalpantecuhtli), siendo Quetzalcóatl la estrella del amanecer y Xólotl, la representación del sol nocturno, la estrella del ocaso.
Xólotl anunciaba el retiro del astro rey y lo acompañaba en su trayecto por el reino de la muerte, se dice que juntos luchaban contra la obscuridad para que el sol pudiera renacer al alba. Así de esta misma manera se cree que el perro xoloitzcuintle acompaña a los seres humanos en su viaje por el inframundo ayudándolos a pasar por todos los niveles hasta lograr concluir el viaje.
El rito funerario y el xoloitzcuintle
En el México prehispánico, los muertos eran acompañados por una gran cantidad de ofrendas que se colocaban en el lugar dónde reposarían sus restos: se les ponían flores, comida, semillas y agua; así como una figura de barro que representaba a un xoloitzcuintle. En el caso de los nobles y señores, incluso se sacrificaba a uno de estos perros aztecas para enterrarlo con ellos.
Los rituales funerarios se tenían que repetir durante los 4 primeros años del fallecimiento ya que se creía que este era el tiempo que los muertos tardaban en atravesar los 9 niveles del inframundo. En este proceso el xoloitzcuintle era un gran aliado ya que con su ayuda los muertos podían sortear todas las pruebas y finalmente llegar al Mictlán.
Cuando el rito funerario era para algún guerrero que había muerto en batalla y su cuerpo no había sido recuperado, se colocaba en lugar de su cadáver la imagen de un perro pintada de color azul. En el caso de los tlatoanis (señores) la imagen era labrada en piedra preciosa como el jade o la turquesa, la cual recibía el nombre de xolocozcatl “collar hecho del servidor o del deforme” haciendo alusión al dios Xólotl.
A dónde iban los difuntos según los mexicas
La cosmogonía mexica habla de tres lugares a los que irían los muertos en su último viaje, esto dependía solamente de las circunstancias en las que murieran, es decir no importaba si eran nobles a macehuales.
Los hombres que morían en la guerra, en la piedra de sacrificios, en los viajes comerciales, iban al Tonatiuhinchan (casa del sol) así mismo las mujeres que morían en el parto; ahí vivirían en jardines floridos y acompañarían al sol en su recorrido por la bóveda celeste; los hombres en el día y las mujeres hasta el ocaso.
Los que morían en inundaciones ahogados, por rayos, sarna, gota, hidropesía o cualquier enfermedad relacionada con las aguas, iban al Tlalocan (lugar de Tláloc), sitio considerado un paraíso terrenal, y todos los que llegaban ahí se convertían en ayudantes de Tláloc.
El chichihualcalco (árbol nodriza), aquí iban los niños que morían antes de ser destetados, permanecían en este lugar dónde se alimentaban del árbol hasta que podían ser enviados nuevamente a la tierra.