Por Chema Gálvez
En las pasadas elecciones tuve la oportunidad de hacer calle, me uní de forma activa en una campaña, recorridos por todos lados, hablar con las personas, escucharlas y por qué no, hasta reconfortarlas. Vi una parte de Morelos que si bien sabía que estaba ahí, híjole cómo duele!
Mujeres de escasos veintiún años con tres hijos y uno más en camino, las condiciones en las que viven por debajo de lo básico indispensable todo me sorprendía, pero lo que más impotencia me daba era el no poder hacer nada y junto con esa sensación la loza de la vergüenza por no apreciar nada de lo que vemos tan natural los que tenemos un poco más de suerte, es tan cotidiano tener oportunidades como para la mayoría de las personas en este país el no tenerlas.
En un recorrido matutino nos estaba esperando un grupo de grafiteros, pero no el clásico pandillero que raya paredes y pone signos territoriales en el barrio avisando de las calles ya tomadas para delinquir, este tipo de grafiteros se definía como un grupo de expresión artística, la historia particular de Jesús me cimbró, como el común denominador de quien se cría en la calle aprendiendo a ser hombrecito, cayó en las drogas , el primero de tres hermanos, si bien su familia entraba dentro del molde de la normalidad, el abandono que vivió lo sobrellevó con el churro de mota y las líneas de coca acompañado siempre de la caguama de rigor.
Presumía dos años de abstinencia, nos enseñó su obra, bardas que algunos vecinos le prestaban, con suerte algunos incluso le pagaban, que buenos grafitis, todo hasta ese momento inspirador, un caso de éxito, en competencia desigual con los otros casos que se vuelven fría estadística.
El candidato giró la instrucción para que Jesús le diera un toque al logo, un sentido propio, particular, digámoslo así, rediseño el logo del partido, le puso un toque fresco con el que todos quedamos complacidos, el buen Jesús no había terminado los estudios, era albañil, su sueño, poder vivir de las bardas que pudiera colocar en su inventario o rotafolio de presentación. La pared ronda de trescientos a quinientos pesos según lo que quiera el cliente, hoy a la distancia, la verdad no sé cuál sea su mercado, pero lo que Jesús me devolvió jamás nadie me lo puede quitar, me acordé que los sueños no paran solo frenan para el que no los cree, no se duda en la adversidad, al contrario es el más poderoso motor, me recordó que el miedo es no hacer y que la esperanza no existe sólo la certeza de lo que se puede hacer. Tantita empatía y algo de voluntad es lo que todos podríamos tener, y así como Jesús me enseñó valores simples que aprendió en la calle, imaginen lo que pasaría si los que habitamos este estado soñáramos en algo tan solo un poco mejor, por mi cuenta gritaría…YO SOY BANDA!
El autor del Artículo de Opinión es actualmente Consultor y Conferencista.