DE AZÚCAR Y SAL
Por Lisset Vildózola y Marley Flores
En esta temporada, el pan de muerto es uno de los principales protagonistas en las tradicionales celebraciones de finales del mes de octubre y principios de noviembre.
Es de los elementos que no pueden faltar en una ofrenda y menos en la mesa de una familia mexicana, que, en esta época del año, disfruta los exquisitos sabores que genera la singular celebración.
Fuera de México llama la atención la referencia “Pan de Muerto”; a quienes no conocen nuestra cultura puede causar horror pensar que pudiera contener restos de un cadáver, pero como menciona el Ingeniero Químico y Maestro en Ciencia y Tecnología de Alimentos, José Luis Curiel Monteagudo, “Comer muertos es para el mexicano un verdadero placer, se considera la antropofagia de pan y azúcar”.
Y sí, el pan de muerto es una referencia de los antiguos rituales prehispánicos que rechazaron los misioneros españoles a su llegada, quienes para sustituir el sanguinario ritual de extraer el corazón de una joven, envolverlo en amaranto y morderlo para mostrar agradecimiento a algún dios del panteón azteca; crearon un pan dulce en forma de corazón, con un glaseado color rojo que representaba la sangre derramada por la doncella, según lo detalla de manera más extensa, el Hispanista Miguel Ángel Moreno Tavera en “La Influencia de la Muerte en la Obra de Luis Buñuel” (2013). Ya como una manera de relacionarlo con la muerte, se incluyó en los altares y ofrendas dedicadas a los fieles difuntos.
Y cada lugar en nuestro país ha creado formas y figuras distintas para representar, en el pan, un homenaje a sus muertos; en Morelos las representaciones cambian también, existe el tradicional pan redondo que simboliza el ciclo entre la vida y la muerte, con huesos que apuntan a los cuatro puntos cardinales.
Pero de manera especial en algunas comunidades morelenses encontramos el pan con forma de difuntos (antropomorfo) de canela y glaseado con azúcar color rojo.
En otras, el pan ha encontrado formas y figuras especiales, como en Tepoztlán donde podemos encontrar singulares representaciones prehispánicas o en el oriente como en Tepalcingo, dónde se producen piezas grandes y extraordinarias que se ubican, en magnas ofrendas como una manera de ofrecer a sus muertos verdaderos elementos de celebración.
A lo largo de los años, el pan de muerto ha encontrado nuevas formas y sabores para llegar tanto a los paladares genuinos y respetuosos de la cocina tradicional como a los más innovadores y contemporáneos.