Por Miguel Ángel Alarcón Urbán

El sacrificio de Jovito Serrano uno de los más destacados precursores de la revolución del sur en el Estado de Morelos.

En Yautepec, el año 1902, por orden de los acaudalados propietarios de la hacienda de Atlihuayan (hijos de Antonio Escandón), se tendió una cerca doble, desde un punto denominado La Ceiba, cercano a dicho pueblo y limítrofe con la finca, la que llegó hasta Las Tetillas, pretendiendo así anexar a Atlihuayan siete caballerías de los terrenos comunales del pueblo, sin más fundamento que la ley del fuerte contra el débil. El ganado de los ranchos, reconociendo sus comederos, brincaba sobre dicha cerca, derribándola en algunos tramos, por lo que se le retenía en la hacienda, la cual se hacía pagar crecidas multas, o de lo contrario, dejaba morir de hambre a los animales. Como protestaron los ganaderos por esos atropellos, temporalmente fue enviada a dicha finca una fuerza rural, para apoyar a los empleados de la misma.

Los afectados por tal medida se agruparon en gran número, con objeto de defender sus derechos, y designaron para que los representara en sus reclamaciones al señor Jovito Serrano, vecino del lugar, quien había dado muestras de ser un hombre honrado y de carácter. Fue igualmente comisionado el señor Miguel Urbina para que le ayudara en sus gestiones, en las que, aunque en forma secundaria, también fueron ambos auxiliados por algunos de los perjudicados, entre otros, por los señores Ambrosio Castillo, Agapito Gómez, Aniceto Gómez, Apolinar Roque, Guadalupe Gómez, Hermenegildo Gómez, Higinio Duque, Hilario Castro, Jesús Ramírez, José Valero, Julio Mariaca, Lino Pérez y Manuel Cabrera.

Se acordó entonces que una comisión de sesenta vecinos del lugar, encabezada por el propio señor Serrano, se trasladara a la capital de la República, a efecto de hacer valer sus derechos, y entre las medidas que tomaron, estuvo la de llegar hasta e! Presidente de la República, general Porfirio Díaz, ante quien expusieron, con pruebas documentales irrefutables, el derecho que les asistía, demostrando palmariamente el atropello de que habían sido víctimas.

El viejo gobernante oyó con calma a la numerosa comisión de campesinos y les manifestó que en vista de que la razón estaba de su parte, él no tenía inconveniente en prestarles su ayuda; pero que era de todo punto indispensable que los patrocinara un abogado, a fin de que por la vía judicial continuaran haciendo las correspondientes gestiones; a lo que contestaron que ya habían nombrado al señor licenciado Francisco A. Serralde, lo que pareció merecer la aprobación del Presidente.

Los comisionados regresaron a su pueblo confiados en que se les haría justicia; y haciendo verdaderos sacrificios pecuniarios, continuaron la desigual lucha en contra de Escandón por algo más de tres años, tiempo en que se supuso que la Suprema Corte de Justicia, atendiendo a la razón que asistía a los quejosos, dictaminaría en favor de sus intereses.

En uno de los viajes que para ultimar los trámites del juicio hizo a la capital de la República el señor Jovito Serrano, fue aprehendido en el hotel del Seminario donde se hospedaba, el día 11 de mayo de 1905, sosteniendo e! siguiente diálogo con sus aprehensores:

– Jovito -dijo uno de ellos-, venimos de parte de don Pablo Escandón para que vaya usted a verlo; tiene que entregarle un pliego.

A lo que contestó el señor Serrano:

– Yo no puedo ir a ver al señor Escandón, porque tenemos un litigio los de Yautepec contra la hacienda de Atlihuayan.

Los policías, que indudablemente deben haber tenido órdenes de proceder como lo hacían, insistieron nuevamente en que los acompañara, y como se resistió, se identificaron como agentes de la policía reservada y, por la fuerza, lo condujeron al cuartel de Teresitas y de allí al de San José de Gracia, donde cambiaron su nombre por el de Genovevo Sánchez, con objeto de borrar toda huella y poder así despojarlo impunemente de los documentos de que era portador. Igual cosa ocurrió con el señor Ambrosio Castillo, compañero del señor Serrano, a quien le pusieron el nombre de José de la Cruz.

Los dos prisioneros fueron deportados a Quintana Roo, con treinta y cinco indígenas vecinos de los pueblos de San Andrés de la Cal, San Juanico, Santa María y Tepoztlán, también del Estado de Morelos, quienes se habían opuesto a la inicua explotación de sus montes por los contratistas favoritos del Gobierno, y los de Santa María por el litigio que tenían con la hacienda de Temixco, por los montes del noroeste de Cuernavaca.

Al pasar los prisioneros por Veracruz, Serrano, burlando la vigilancia de los custodios, buscó la forma de escribir a su esposa, comunicándole cuanto le había ocurrido.

El 29 de noviembre del mismo año el esforzado defensor de los intereses del pueblo de Yautepec, don Jovito Serrano, murió en el lugar de su destierro, Santa Cruz de Bravo, Quintana Roo, sin que, a ciencia cierta, hubiera sido conocida por sus familiares la causa de su muerte.

Fragmento del libro EMILIANO ZAPATA
Y EL AGRARISMO EN MÉXICO.
General Gildardo Magaña
TOMO I CAPÍTULO VI
LOS GRANDES CRÍMENES DEL CACICAZGO MORELENSE

 

 

 

Por Génesis

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *