Por Miguel Ángel Alarcón Urbán
Recordando al mejor gobernador que ha tenido el estado de Morelos, Lauro Ortega Martínez, oía a mi padre hablar de un viejo folleto relativo al Cañón de Lobos, una década después en la que le tocó ser alcalde de Yautepec, mi tierra.
Obvia decir que el texto es del maestro Armando Rojas Arévalo y fue realizado en abril o mayo de 1984-85, pero vale la volver a difundirlo …
A principios de octubre de 1983, nos dirigíamos a Cuautla. El autobús circulaba con dificultad sobre la angosta carretera del Cañón de Lobos. De una parte, los picos de roca que sobresalían de las paredes del cerro y de la otra, el despeñadero.
Habíamos pasado por ahí infinidad de veces, en infinidad de giras de trabajo del gobernador hacia el oriente del Estado. Siempre experimentábamos la misma sensación a pesar que “el Cañón” era ya familiar. Era algo así como miedo y vértigo, sobre todo cuando de frente venían otros vehículos y en el que viajábamos tenía que orillarse peligrosamente hacia el borde del desfiladero.
-Debemos hacer otro camino, ¡es necesario! – exclamaba el gobernador cada vez que pasábamos por ahí o le informaban de algún accidente en “el Cañón”.
Durante varias semanas, el gobernador se dio a la tarea de revisar palmo a palmo el terreno. Unas veces desde arriba, cuando viajaba en el autobús oficial; otras veces internándose a lomo de caballo por el fondo de la barranca; otras, estudiando los mapas sobre su mesa de trabajo.
Unos técnicos le sugerían que se construyera la nueva carretera sobre el cerro, otros que afectara ejidos y colonias aledañas a la zona conocida como “Las Tetillas”. Ninguna de las propuestas era de su satisfacción.
Una, la que sugería hacer el nuevo camino encima del cerro, era demasiado costosa: la otra, aparte de esto, era arbitraria, puesto que perjudicaría a cientos de familias humildes.
Fue a principios de octubre, cuando íbamos a Cuautla…
-Señores- les dijo el gobernador a los camineros -tengo ya la solución- ¿ven ustedes los postes de luz que van allá abajo? ¡pues vamos a seguirlos! y así fue.
Los postes indicaban el camino.
Loa técnicos, aquellos que proponían un nuevo camino por encima del cerro, le dijeron que no era posible. Que era labor de romanos. Que esto, que lo otro. Simplemente que no. Se descubrió luego, después de pláticas, de discusiones, de interminables reuniones de trabajo, que el camino que cierto grupo de técnicos quería hacer, les redituaría buenas ganancias y por eso se oponían al proyecto de la barranca.
Aprobado el “camino del gobernador”, como así se le llamó al principio, quedaba otro obstáculo: hacer más amplia la vieja carretera. Cuando el gobernador les dijo que se iba a raspar el cerro, llovieron los peros… Pero el camino nuevo se hizo y el camino viejo se amplió.
Los dos proyectos quedaron terminados antes del tiempo fijado y resultaron más baratos que los que se proponían de la otra parte. La leyenda de que en esa zona de Morelos ningún camino podría construirse, de no ser “vadeando” los cerros, quedó enterrada.
La leyenda del Cañón de Lobos pasaba también a la historia. Quedaba atrás el negro antaño del “tiradero de cadáveres”, como en cierta ocasión lo bautizó Ricardo Garibay. Quedaba atrás la conseja…
Hoy es una nueva historia…