PERSPECTIVA
Por Rodolfo Becerril Straffon
El documento firmado por 650 intelectuales, académicos, periodistas y funcionarios públicos reclamando un alto a la tónica estigmatizadora del presidente de la república, ha levantado polvo en las filas de los simpatizantes de la autollamada cuarta transformación. Los intelectuales orgánicos del gobierno, ni tardos ni perezosos, contestaron con otro desplegado redactado por el caricaturista “el Fisgón” recolectando firmas por doquier para demostrar que son más los que defienden al titular del ejecutivo que aquellos. Se inicia así un debate que nos tendrá ocupados un buen rato pero que difícilmente va a modificar el tono belicoso del discurso presidencial o la conducta de sus seguidores. Al contrario, tengo la impresión de que acentuará la polarización que existe en la sociedad mexicana. Cuando Paco Ignacio Taibo II le pide a Aguilar Camín y a Enrique Krauze que mejor se vayan del país o cuando López Gatell, subsecretario de salud desoye y minimiza la propuesta constructiva de un puñado de ex secretarios de salud, no hacen sino ejemplificar por donde van a caminar las cosas.
Ni el desprecio a las luchas de las mujeres que ahora se expresan en la toma física de las instalaciones de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, CNDH, ni los oídos sordos a los reclamos ambientalistas, ni los acosos al Instituto Federal Electoral, ni el golpeteo a las instituciones científicas y culturales, ni los ataques y acusaciones a los ejidatarios de Chihuahua, ni los ataques a distintos periodista y periódicos-al Reforma lo llamó pasquín- entre otros muchos dichos proferidos desde las llamadas “mañaneras” parecen existir. Todo aquel que reclama, cuestiona, crítica cualquier programa de gobierno cae en el saco de “conservador” La división así alentada, querámoslo o no, debilita nuestra vida democrática que debería estar basada en un dialogo constante y en la construcción de consensos sobre la base del respeto a la ley. Sólo así podremos alejarnos, como bien señala Rolando Cordera, de “las grotescas guerras del agua o del culto irracional a encuestas y consultas pueriles”
Los problemas que enfrentamos en materia económica, sanitaria y política requieren un amplio debate. Y este no podrá fructificar si desde el discurso presidencial se desacredita de mil maneras a quienes pueden aportar ideas, o sugerencias para mejorar los desempeños de nuestra comunidad. Se hace Indispensable, la construcción de confianza que principalmente le compete a quien gobierna. No debe temer el gobierno que haya otros actores y voces que quieran participar en la conversación pública. No tiene porque afanarse en monopolizar la narrativa pública. Somo un país demasiado plural en varios sentidos, un mosaico cultural extremadamente rico como para encajonarlo en una sola visión.
La prensa, la academia, las organizaciones civiles, los partidos, los intelectuales tienen el derecho, y diría el deber, de señalar los errores de los gobernantes. Estos tienen muchas maneras de promover su quehacer y sus programas que no serán exitosos sólo por querer desaparecer la crítica o las opiniones discordantes. Serán exitosos en la medida que alcance el resultado que se propusieron. El debate debe continuar, pero de otra manera y con otras reglas. Los supuestos enemigos del país que cada mañanera se señalan y se entregan a la opinión pública para que esta los ajusticie, no son los verdaderos enemigos. Lo único que logra esta narrativa es dividir, fragmentar y eludir responsabilidades. Ese debate no es de izquierda contra derecha. Ese es un falso debate. Sobre lo que hay que discutir es sobre los retos mayúsculos para no desperdiciar la pólvora en infiernillos: La crisis económica no está superada; tampoco la sanitaria ni la de seguridad. Esos son los temas de la agenda. O se atienden o se van a exacerbar las conductas de los grupos radicales de dentro y fuera del gobierno.
Los abajo firmantes, como se dice, del desplegado de marras que dio origen a la polémica de la semana, son intelectuales de diverso cuño. Muchos de ellos han sido y son críticos hoy como lo fueron ayer; no pocos tienen reconocimientos más que plausibles y legítimos. Lo son de pensamiento diverso y de ideologías también diversas ¿Por qué desperdiciar su talento, encasillándolos con adjetivos peyorativos? ¿Por qué no escucharlos y tomar en cuenta sus comentarios? ¿Por qué no tenderles puentes de concordia? ¿Qué necesidad de hostigarlos desde el púlpito mañanero? Ojalá que este debate que poco interesa al gran público no acabe de fragmentar más la inteligencia mexicana y que el dejo autoritario que caracteriza al titular del ejecutivo no prospere más.
- El autor del Artículo de Opinión es político, economista, escritor y catedrático.