Por: Berenice Cano y Velia Duarte

Para empezar este artículo, no podemos dejar de pasar esta fecha, noviembre, mes de la nostalgia, de recordar a los que tomaron un tren antes que nosotros; noviembre, un mes, donde los jardines y mercados se visten de amarillo, con esa hermosa flor de cempasúchil.  Mes con olor a flor e incienso; recordemos a nuestros muertos con alegría, pensando siempre que están en otra dimensión.

En otro tema, en el pasado mes de octubre, se festejaron los 100 años de la fundación de la Secretaría de Educación Pública, que se llevó a cabo en el gobierno de Álvaro Obregón, siendo el primer secretario José Vasconcelos. Que entre muchos de sus aciertos fue traer a la gran poeta, escritora, premio nobel de literatura y educadora chilena, Gabriela Mistral. Hemos leído varios elogios para los iniciadores de esa gran campaña alfabetizadora, donde su enorme propósito fue que la mayoría de la población mexicana supiera leer y escribir; pero nos asombra que no hicieran mención de Gabriela Mistral, que llegó a México a apoyar por invitación de Vasconcelos y aparte de ayudar, vino a orientar a las pocas maestras y maestros que se tenían en esos momentos. Ella era una gran conocedora en la enseñanza en el campo, de la gente que vivía marginada, lejos de las grandes ciudades.

Mistral vino a nuestro país en el año 1922 con toda su experiencia y el ánimo de ser una ayuda para el pueblo de México e inmediatamente se puso a trabajar visitando escuelas de pueblos y ciudades; se reunía con campesinos y maestros, daba platicas y conferencias sobre los fines que se perseguían en las nuevas escuelas; sobre la importancia de las bibliotecas escolares, y hoy como entonces, nadie reconoció su labor en nuestra patria. Por el contario fue criticada, minimizada y envidada por algunas maestras de aquel entonces.

En este espacio queremos hacer un pequeñísimo homenaje a esa gran mujer que fue Gabriela Mistral. He aquí un fragmento de lo que ella escribió sobre la educación en México, que a 100 años parece tan actual.

“El maestro verdadero tendrá siempre algo de artista. No podemos aceptar esa especie de “jefe de faenas” o “capataz de hacienda” en que algunos quieren convertir al conductor de los espíritus. Creo que hay demasiado hastío en la pedagogía seca, fría y muerta, que es la nuestra.  Tal vez esa falta de alegría que todos advierten en nuestra raza venga en parte de la escuela-madrastra que hemos tenido en muchos años. El niño llega con gozo a nuestras manos, pero las lecciones sin espíritu y sin frescura que casi siempre recibe, van empeñándole ese gozo y volviéndole al joven o la muchacha fatigado, llenos de un desamor hacia el estudio que viene hacer lógico. Hacemos del estudio lo que algunos hacen de la libertad: una gran gorgona en vez de un Dios afable.

Hombre sin agilidad de espíritu, sin imaginación para colorear un relato y sin esa alegría que se hace en el individuo por la riqueza y la armonía de sus facultades. Han sido generalmente nuestros maestros”

 

Por Génesis

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